Es difícil pensar en quién soy sin pensar en para quién soy eso. En mi caso, sin ponerlo en relación con los que son míos; mi pareja, mis hijos, mi familia, esos amigos.

Con el riesgo de nadar a contracorriente, me gusta mucho la idea de -ser para esas personas-, de pertenecerles, en el sentido de formar parte de su Universo cada día. Me alegra muy adentro saber que de alguna manera, estoy ahí para que vivan mejor, y me encanta ser consciente de que quiero hacer una y otra vez, la elección de negarme a mí misma. Y la tengo que hacer una y otra vez, porque a menudo me despisto, simplemente ésta va cayendo en la lista de mis prioridades diarias.

En la vorágine de las ciudades y en el imposible anonimato de los pueblos pequeños, necesito verme en ellos para sentirme segura, para saber quién soy yo. Cuando me despisto, cuando soy incapaz de mantenerme en esa elección, en ese momento sales tú mi Dios, a quien sólo intuyo, pero que eres capaz de llenar lo que a mi se me escapa, que me completas para ellos, que eres el amor imposible al que puedo llamar, porque también igual que yo en los míos, tú vives en mi.